(1962)
Prótesis: Siendo neoliberalmente correctos, naturalmente, hemos de atrevernos a transgredir hasta el punto del riesgo los muros que atraviesan la soledad de los profundos abismos vacíos de la memoria humana. Improvisemos una mnemotecnia de la cultura.
Aparato: La imagen-movimiento se desplaza entre una gigantezca bestia de enigmática naturaleza (Godzilla) temida por los hombres por su fuerza bruta y su imponente violencia biológica e incendiaria; hacia una divinidad, antropomorfa, colosal, que toma su fuerza del impulso eléctrico, del que se supone científicamente un cerebro enorme, (King Kong) al cual, una tribu de hombres primitivos le ofrece un ritual para someterlo a un trance hipnótico que le da un plácido sueño, la ofrenda rinde culto al sueño de los dioses que son temidos, y entregada la voluntad del hombre a la vigilia del letargo de su Dios, lo veneran por su piedad al no utilizar la vehemencia de toda su fuerza contra ellos. Todo esto es presenciado por exploradores, que ya no llevan notas teóricas en la cabeza, ni etnografías, ni cartografías, ni estrategias de comunicación, exploradores ataviados de nada, exploradores tan sólo con un fusil y una cámara. La fisura entre los tiempos de la civilización, se incrementa ante el hurto de un dios primitivo de su tribu. Entonces, se vuelve inminente la batalla entre gigantes, enemigos naturales, lugares al otro lado del mundo encontrándose por primera vez, ¡desatando una lucha nunca antes vista! Los dioses se encontraron en una llanura, las ciudades entraron en pánico, los medios procuraban la calma entre su audiencia, el gobierno se haría cargo de la situación y el ejército estaba preparado. Evidentemente, como todo gran combate, en su primer enfrentamiento la resolución nos entregaría un escenario inesperado y sorpresivo. El Gran Lagarto derrota a el Gran Simio, pues éste, no logra atinar las toneladas de piedra arrojadas, no intimida con sus gruñidos, mientras la fuerza desmedida vapulea y hace arder en llamas el Cuerpo de un Dios primitivo, el cual huye irremediablemente. El hombre elabora un plan, las Naciones Unidas están en comunicación constante, completamente entregadas a la labor de asistir en la medida de lo posible. Después, comienza a mencionarse la bomba, el discurso se vuelve cada vez más y más radioactivo, atómico, ¡nuclear! Pero el ejército y la marina japonesa han sido capaces de elaborar un ingenioso plan para vencer al Monstruo, éste, orillado por el fuego, se irá por un sendero que lo llevará a una trampa que lo hará caer en un hoyo en la tierra, repleto de explosivos y gases venenosos. La idea resultó funcionar ejemplarmente, pero el Monstruo retornó emergiendo desde la tierra, y el caos se desató exponencialmente cuando se supo que el Dios fugitivo había arribado a Tokyo iniciando su destrucción. Pánico, gritos, gente volando por los aires, casas aplastadas, todo aquello que ataba a la curiosidad del Gran Simio en una espiral de fuerza desmedida vería su perdición... hasta que una mujer llamó su atención con extraña singularidad y buscó la torre más alta para tenerla con él. Los hombres aprendieron su lección, repitieron el ritual y el Dios de nuevo durmió siniestramente. Así, alzaron en vuelo a su Dios dormido y le llevaron como un arma, por los cielos, a enfrentarse a muerte contra su enemigo natural. La batalla es tan encarnizada, que nos demuestra cierta capacidad de aprendizaje en el Mono Gigante, y tras una gran humareda, estridentes ruidos, ecos de guturaciones insospechables, aún más indescifrables, de pronto, se conjuró un silencio que devolvió al misterio a su estado más puro.
El Gran Lagarto desapareció, sin dejar huella alguna, mientras el Gran Simio emprendió un larguísimo viaje caminando entre los mares, probablemente, de vuelta a su hogar.