«Se trata de libertad, que puede franquear siempre cualquier límite asignado.»
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura,
Dialéctica, libro 1, 1a. sección.
Entender es transformar lo que es, y entonces nos precipitamos al vértigo de un axioma epistémico, pues relativo a lo verdadero un valor se configura a sí mismo y entre sí -es decir que de la multiplicidad de sentidos, connotaciones y delimitaciones de la diversidad de acepciones que pueden replegarse (porque se repliegan y se contraen, no se reducen, entender es pues un desdoblamiento de los pliegues de la realidad) sobre una palabra, un concepto, una realidad formal-, conocemos y percibimos la experiencia del mundo, en el mundo, de uno consigo y de sí, por sí, el mundo es nosotros, por nosotros, que somos el mundo, y Uno es siempre lo Mismo, en cuerpo, en alma, en necesidad de mundo, siempre somos mundanos. No tocamos nunca el cuerpo, que sólo puede acariciarse en sus extremos, en su límite, el cuerpo es piel de la sensibilidad, puras palabras exhaustas, y fatigando la literatura a través de la escritura un tatuaje conceptual amalgama las aristas de nuestra mirada geométrica, simetrizante, porque en grado absoluto imitamos la divinidad adecuando la realidad a las percepción idealista, el mundo y el cuerpo se vuelven únicos, esenciales, mutadores de la substancia, así, la mente sólo puede ser utopía y majestad de la voluntad. No hay naturaleza humana, sólo existe el comportamiento humano, el ejercicio de la libertad es el experimento de re-conocer al mundo en su extensión finita de posibilidades infinitas, y sólo la lógica transtorna, deviene en paranoia. El Hocico de Fausto jamás elaboró cuerdas de hilo plateado, pues los ojos de Goethe miraban más allá de la luz, y el cancerbero del infierno no pudo fijar su objetivo en la realidad tangible. Lo inmaterial, por siempre, se vuelve propiedad del alma, como una amante de éter, incórporea pero cuerpo del deseo, fragilidad que sopesamos con una puesta en escena: alzado el telón, entre las cortinas de terciopelo sangre, la oscuridad proyecta un mundo de sombras y máscaras, los impulsos vueltos naturaleza son falsedad total. La naturaleza instintiva no es, sería acaso si nosotros del mundo - y desde él- sólo percibiésemos lo sensible, mas no es así, la forma de ser del mundo nos permite racionalizarlo, estructurarlo mediante la arquitectura, sanarlo con la medicina, alucinarlo con narcóticos celestes, porque las drogas son blues, pulso de muerte, adrenalina en carrilleras de revolución depravada. Nos culpamos tras cada paso, no debieramos subir ningún escalón más sin comprender (transformando) el plano anterior. No hay muerte, sólo fin de la vida. El otro siempre será otro, por cada lazo de amistad, un grado mayor de inexistencia para el mundo, por cada romance, una pasión sofocada a voluntad de una pasión unificada, redirigida. El otro siempre es otro, una restricción, una constricción, una atadura al mundo, porque el otro siempre otro será y puede ser lo que nunca conozcamos del mundo. El sabio, el otro siempre otro, se quedará a-fuera de Uno por la eternidad, lo Mismo sólo es Uno, es solitariamente Uno, o más bien, Uno es la Soledad del mundo, que sin nadie, el otro siempre es otro.
Dialéctica, libro 1, 1a. sección.
Entender es transformar lo que es, y entonces nos precipitamos al vértigo de un axioma epistémico, pues relativo a lo verdadero un valor se configura a sí mismo y entre sí -es decir que de la multiplicidad de sentidos, connotaciones y delimitaciones de la diversidad de acepciones que pueden replegarse (porque se repliegan y se contraen, no se reducen, entender es pues un desdoblamiento de los pliegues de la realidad) sobre una palabra, un concepto, una realidad formal-, conocemos y percibimos la experiencia del mundo, en el mundo, de uno consigo y de sí, por sí, el mundo es nosotros, por nosotros, que somos el mundo, y Uno es siempre lo Mismo, en cuerpo, en alma, en necesidad de mundo, siempre somos mundanos. No tocamos nunca el cuerpo, que sólo puede acariciarse en sus extremos, en su límite, el cuerpo es piel de la sensibilidad, puras palabras exhaustas, y fatigando la literatura a través de la escritura un tatuaje conceptual amalgama las aristas de nuestra mirada geométrica, simetrizante, porque en grado absoluto imitamos la divinidad adecuando la realidad a las percepción idealista, el mundo y el cuerpo se vuelven únicos, esenciales, mutadores de la substancia, así, la mente sólo puede ser utopía y majestad de la voluntad. No hay naturaleza humana, sólo existe el comportamiento humano, el ejercicio de la libertad es el experimento de re-conocer al mundo en su extensión finita de posibilidades infinitas, y sólo la lógica transtorna, deviene en paranoia. El Hocico de Fausto jamás elaboró cuerdas de hilo plateado, pues los ojos de Goethe miraban más allá de la luz, y el cancerbero del infierno no pudo fijar su objetivo en la realidad tangible. Lo inmaterial, por siempre, se vuelve propiedad del alma, como una amante de éter, incórporea pero cuerpo del deseo, fragilidad que sopesamos con una puesta en escena: alzado el telón, entre las cortinas de terciopelo sangre, la oscuridad proyecta un mundo de sombras y máscaras, los impulsos vueltos naturaleza son falsedad total. La naturaleza instintiva no es, sería acaso si nosotros del mundo - y desde él- sólo percibiésemos lo sensible, mas no es así, la forma de ser del mundo nos permite racionalizarlo, estructurarlo mediante la arquitectura, sanarlo con la medicina, alucinarlo con narcóticos celestes, porque las drogas son blues, pulso de muerte, adrenalina en carrilleras de revolución depravada. Nos culpamos tras cada paso, no debieramos subir ningún escalón más sin comprender (transformando) el plano anterior. No hay muerte, sólo fin de la vida. El otro siempre será otro, por cada lazo de amistad, un grado mayor de inexistencia para el mundo, por cada romance, una pasión sofocada a voluntad de una pasión unificada, redirigida. El otro siempre es otro, una restricción, una constricción, una atadura al mundo, porque el otro siempre otro será y puede ser lo que nunca conozcamos del mundo. El sabio, el otro siempre otro, se quedará a-fuera de Uno por la eternidad, lo Mismo sólo es Uno, es solitariamente Uno, o más bien, Uno es la Soledad del mundo, que sin nadie, el otro siempre es otro.