miércoles, octubre 22, 2008

Del Hábitat y sus Improbables Ficciones:

II - Escribir otras Palabras.











Pasaban las hojas gritando recuerdos de palabras impronunciables, esas peligrosas palabras que no se conmueven ante la preocupación de la imaginación por salvar a un hombre de su desesperación, hacían las muecas de Beckett, las muertes de Kafka, las copas de vino rebozantes y los bailes de salón enfurecidos de Piazzolla, el acordeón se miraba dentro de un espejo, flotando, silbando grutas de baba desde el corazón, aprisionado en la alcoba no por apatía ni por trabajar en una gigantezca redacción que surcaba los mares que dividen la frontera del extranjero, que hacen de cada país una prisión, de cada hombre una página, de cada emoción un pensamiento infinito. "Quisiéramos pensar..." nos decían sus palabras, "... y extendernos hasta el fin del sentido y la significación", querían conocer otros mundos, aterrizar aquí, cerca del cielo, morir aquí, en esta Isla Desierta después de un naufragio. Corríamos riesgos, y el libro permanecía abierto, pensando cada momento, cada movimiento, cada presión de la pluma entre los dedos sobre su frágil papel, su liviana blancura parecía no poder ser engañada por ninguna palabra que al ser leída sonara con falsedad, ninguna palabra es un reflejo vacío y, entre sí, todas se implican.

¡Que Agonía la de mi Recopilador! ¡Que Error el de la Memoria!

Nos conocíamos desde hace años, dos siglos atrás o más aún, cuando no había luces y por tanto no había sombras, sólo cuerpos sin proporción con los órganos de fuera, como nuestras palabras desnudas vestidas por un fino cuero marrón que lleva grabado nuestro nombre por un pincel plateado que se escapó hacia adentro adornando nuestro libro con un fino listón que servía como separador. Libros que no hemos leído son libros que quisiéramos escribir, vivir la escritura de otras palabras, originar otros nombres, otros círculos, más avispas, más silencio, para decir lo que siempre se ha dicho pero de otra forma, del único modo que conocemos, del único método que podemos crear: una comunión entre la mirada, la imaginación, las ideas y las fábulas de viento que hacen de nuestro pensamiento un cálculo infinitesimal de mónadas glaciares que se escapan cual copos de nieve de nuestras manos, de nuestra pluma, de nuestra violenta y descarada humanidad.

¡Que Agonía la de mi Error, oh Recopilador de las Memorias!

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